FORO CÓMICS "Viñetas en la Cortiza" surge como blog para la difusión y recomendación de obras del llamado Noveno Arte, por parte de un grupo de profesores y amigos del IES Loustau Valverde, centro educativo sito en la localidad cacereña de Valencia de Alcántara.

sábado, 2 de agosto de 2014

"Contrabando en la Raya" - Cómic Gigante - Ruta Rock 2014

El pasado sábado 26 de julio realizamos en vivo un nuevo Cómic Gigante en Valencia de Alcántara, con ocasión del V Festival Internacional Ruta Rock, que lleva por título "Contrabando en la Raya". Con gran afluencia de público al evento, pudieron disfrutar del proceso creativo de esta obra en torno al millar de personas, que intercalaban su atención a los fantásticos conciertos de la jornada con el quehacer de los dibujantes que se desplazaron al Castillo Fortaleza de Valencia de Alcántara para plasmar en viñetas de gran formato (70 x 50 cm.) esta historia sobre un día en la vida de una familia rayana en la posguerra española, campesinos por el día, contrabandistas al anochecer.

Participaron en la elaboración de este cómic, con guión de Pablo Calvo y bocetaje de David Carnerero, los siguientes dibujantes (por orden de viñeta): Pilichi, Rocío Acedo, Feynman, Isabel, Juanma, Laura, Lui Sin, Jairo Jiménez, Al Peral, Pau Guerra, Bravo, Pablo Calvo, Coral Pámpano y David Carnerero. Ello fue posible gracias a la iniciativa de la Asociación Juvenil Cultural Yokesé, organizadora del Ruta Rock, y a la colaboración de la Asociación Cultural de Amigos del Cómic de Extremadura (ExTreBeO) y de diversos ilustradores de Valencia y San Vicente de Alcántara.

   

          

          

     

          

     

Contrabando en la Raya

       Como tantas otras veces, al caer la noche, cruzamos la Raya, arrumbados por un no sé qué de esperanza e incertidumbre. Arrumbados, en tanto que guiados por la necesidad, aunque también en tanto que echados a un lado, arrinconados, como cachivaches olvidados en el desván. Pero, paso a paso, comencemos por el principio.
       Miren. Yo no soy especial. Sólo un hombre al que le tocó aquellos años de hambre después de la guerra, y que se fue haciendo duro sin darse cuenta. Por el día éramos campesinos. Aquella tarde machamos el trigo (el centeno) en la era a golpe de manguá. En los pies sentía el trepidar de la tierra al romper los haces en frenético compás. Tira y vá. Tira y vá.
       Después de la jornada emprendimos en camino de regreso a casa, donde ya la madre esperaba hacía rato a sus hijos.
       Cenamos en la cocina de casa. Bien queríamos quedarnos al calor del hogar y escuchar el crepitar del fuego y nuestras voces, y el arrullo del viento en los cristales y las risas de los niños y... (suspiro). Pero la necesidad era mucha. Por eso, al caer la noche, éramos contrabandistas.
       Esa noche, como tantas otras, mi hijo mayor, Paco, y yo, fuimos a Os Galegos por La Fonteñera para contrabandear café. Aunque nos dirigíamos frases de aliento, en aquella soledad, volvimos a sentir el silencio de la Sierra de San Pedro sobre nuestras cabezas, sólo quebrado por nuestros pasos furtivos y el murmullo de la rivera.
       En la tienda de la senhora Francisca compramos todo el café que podíamos cargar en sacos de esparto a la espalda. Ya ella nos avisó: “Abram bem os olhos ao voltar. Tenho ouvido que vão controlar muito a fronteira nestes días.” “Ya sabes, Paco. Si nos ven tira el saco y sal a toda prisa.”
En medio del campo, aún en territorio portugués escuchamos los silbatos y la ronca voz de una pareja de guardinhas: “¡¡¡Alto!!! ¡¡¡Parem!!!”. “Corre, hijo. Por lo que más quieras, ¡corre!”
       Paco consiguió escapar. Por lo menos habían cogido a uno de nosotros y recuperado un saco repleto de café, por lo que quizá me dejasen marchar. El que me sujetaba llamó a su compañero: “¡Deixa esse! Ao menos apanhamos a un destes filhos de puta.” El otro descargó su ira sobre mí, trazando surcos en mi rostro, cicatrices marcadas como por violento arado en tierra ajena. “Quando eu te disser que pares, tu páras!”. Pero Paco, mi hijo, había conseguido escapar.
        De nuevo nos encontramos en la Raya, aún de noche, al lado del hito de piedra, del mojón que separa España y Portugal. Mi hijo, que había salvado parte de la carga, no podía contener las lágrimas: “¿Qué le han hecho, padre?” “Tranquilo, Paco. Me han dejado ir.” Acordamos que hasta llegar a zona segura iría yo delante, y él me seguiría a 20 metros como poco.
       Aquella noche aún tuvimos más sorpresas. Cuando se acercaba el amanecer me pararon dos guardias civiles. Sabían que venía de contrabando, y también que no llevaba nada. “¿Cómo llevas así la cara?”, me decían entre risas. “A éste no le sacamos hoy nada. Ya le han dado lo suyo.” Pero aquellas risas ya no me afectaban. Sólo temía por Paco, escondido entre las jaras. Y por el dolor de Paco, que iba acumulándose en su corazón silencioso, que le había hecho hombre antes de tiempo.
       Con el amanecer vimos nuestra casa al final del sendero, y allí el hogar, el descanso. Mi mujer me limpiaba las heridas y, sin darse cuenta, repetía como en un ensalmo: “¿Cómo te han podido hacer esto? ¿Cómo te han podido hacer esto?”.
       Quizá, al cabo de los años, nuestros descendientes entiendan por qué, al caer la noche, salíamos a cruzar rayas, fronteras, líneas imaginarias. Nos tocó la pobreza y el hambre tras la guerra. Quizá, incluso, en un futuro, alguien nos dediqué unas líneas, unos versos, una canción. A nosotros nos basta, al menos, con mantener la memoria.